Piden el Nobel de la Paz para dos enfermeras que dedicaron su vida a los enfermos de lepra en Corea del Sur

MadridMADRID
SERVIMEDIA

El Consejo General de Enfermería (CGE) lanzó este lunes una campaña para reclamar la concesión del Premio Nobel de la Paz a dos enfermeras austríacas que dedicaron su vida a más de 6.000 pacientes afectados de lepra en Corea del Sur.

Marianne Stöger y Margaritha Pissarek llegaron a la isla de Sorock (Corea del Sur) en los años 60 y allí permanecieron 40 años, hasta que su estado de salud las obligó a regresar.

Hoy, la Asociación Coreana de Enfermeras promueve su nominación al Nobel de la Paz, una iniciativa a la que se ha sumado el Consejo General de Enfermería y que pretende hacer extensiva a enfermeras y población general dentro y fuera de España. Su propósito es alcanzar el millón de firmas para que ambas mujeres sean postuladas a dicho galardón.

Además, para dar a conocer la historia de estas dos mujeres la Asociación Coreana de Enfermeras ha elaborado un documental que cuenta cómo llegaron a la isla, cuál fue su labor y cómo en 2005, ya mayores y debido a su estado de salud, decidieron regresar a su país natal para no ser una carga. Ese vídeo ha sido adaptado por el Consejo General de Enfermería y puede verse ya subtitulado al español en Canal Enfermero.

CONTRA EL ESTIGMA

Marianne Stöger y Margaritha Pissarek no sólo se entregaron al cuidado de unos enfermos recluidos, marginados y considerados “malditos”, sino que contribuyeron a acabar con el estigma asociado a la lepra y recaudaron fondos para obtener medicamentos y construir instalaciones que ayudaran en su recuperación.

Marianne llegó a Sorock en 1962, y cuatro años después, lo hizo Margaritta.

En aquella época, los pacientes afectados por la enfermedad de Hanssen eran considerados “malditos”, vivían recluidos, eran esterilizados y obligados a realizar trabajos forzosos. Además, los profesionales sanitarios encargados de su cuidado mantenían un distanciamiento físico y emocional que Marianne y Margaritha no estaban dispuestas a perpetuar.

Frente a las múltiples capas de guantes que otros sanitarios empleaban para atender sus heridas, ellas tocaban a los enfermos con sus manos desnudas, sin importarles las úlceras de su piel o deformidades, a pesar de que entonces se pensaba que la lepra era una enfermedad infecciosa que se transmitía por la piel.

Fue esta creencia lo que llevó a que los hijos de los enfermos fueran separados de sus padres y trasladados a centros de acogida. Sólo se permitían encuentros organizados, puntuales y sin que hubiera contacto físico. Los padres se colocaban a un lado y los niños a otro y siempre de espaldas al viento, para evitar el contagio. Precisamente, estos niños fueron el motivo por el que Margaritha llegó a la isla. Allí asumió no sólo su papel de enfermera sino también de madre, e intentó dar a estos niños el cariño del que habían sido privados.

LOS ÁNGELES DE SOROK

Cuando Marianne y Margaritha llegaron a la isla, el volumen de pacientes ascendía a 6.000; en el momento de su partida, se había reducido a 600. Durante los 40 años que permanecieron allí, sólo regresaron a Austria puntualmente, viajes que aprovecharon para recaudar fondos que les permitieran comprar medicamentos y construir instalaciones para los enfermos de Sorok.

En 2005, ya mayores y con su salud mermada, decidieron regresar definitivamente a su país natal y lo hicieron con la discreción y la humildad que había caracterizado sus vidas, dejando una carta de agradecimiento por todo el cariño y respeto que habían recibido.

La llegada a la isla de estas dos mujeres llamó la atención desde el primer momento. Su aspecto físico tan diferente -eran rubias y con los ojos azules- y su calidad humana hicieron que sus pacientes les apodaran “halme” ('abuela' en coreano). Más tarde, los medios de comunicación se referirían a ellas como “ángeles de ojos azules” o “ángeles de Sorok”.

(SERVIMEDIA)
01 Abr 2019
AGQ/caa