Este descubrimiento, publicado en la revista 'Frontiers in Marine Science', ayudará a asegurar la supervivencia del tiburón ballena ('Rhincodon typus'), cuya edad era difícil de determinar porque, como todos los tiburones y las rayas, carecen de estructuras óseas denominadas otolitos, que se utilizan para evaluar la edad de otros peces.

Las vértebras del tiburón ballena tienen distintas bandas, como los anillos del tronco de un árbol, y se sabía que éstas aumentaban en número a medida que el animal envejecía. Sin embargo, algunos estudios sugirieron que cada año se iba formando una nueva banda, mientras que otros concluyeron que eso ocurre cada seis meses.

Para despejar esa incógnita, un equipo dirigido por Joyce Ong, de la Universidad Rutgers en Nueva Jersey (Estados Unidos); Steven Campana, de la Universidad de Islandia, y Mark Meekan, del Instituto Australiano de Ciencias del Mar en Perth (Australia), recurrieron a la radioactividad legada de la carrera armamentística nuclear de la Guerra Fría.

CARBONO 14

Durante las décadas de 1950 y 1960, Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China realizaron pruebas de armas nucleares. Muchas de ellas fueron explosiones detonadas a varios kilómetros en el aire. Con las explosiones se produjo la duplicación atmosférica temporal de un isótopo llamado carbono 14.

El carbono 14 es un elemento radiactivo natural que arqueólogos e historiadores suelen utilizar para fechar huesos y artefactos antiguos. Su tasa de descomposición es constante y fácil de medir, por lo que es ideal para proporcionar aproximaciones de edad en cualquier elemento mayor de 300 años.

Sin embargo, también es un subproducto de las explosiones nucleares. Las pruebas de la Guerra Fría saturaron primero el aire y luego los océanos. El isótopo se movió gradualmente a través de las redes alimenticias hacia toda la vida del planeta, produciendo un rastro elevado de carbono 14 que aún persiste.

Este radioisótopo adicional también se desintegra a una velocidad constante, lo que significa que la cantidad contenida en el hueso formado en un determinado momento será ligeramente mayor que la contenida en el hueso idéntico desarrollado posteriormente.

Los investigadores probaron los niveles de carbono 14 en los anillos de crecimiento de dos tiburones ballena muertos hace mucho tiempo en Pakistán y Taiwán. La medición de los niveles de radioisótopos en bandas sucesivas permitió determinar la frecuencia con la que se crearon y, por tanto, la edad del animal.

"Descubrimos definitivamente que se colocaba un anillo de crecimiento cada año", apunta Meekan, quien añade: "Esto es muy importante porque si sobreestimas o subestimas las tasas de crecimiento inevitablemente terminarás con una estrategia de gestión que no funciona y verás que la población se desploma".

EDAD SIN AMBIGÜEDADES

Los científicos determinaron de manera concluyente que uno de los tiburones ballena estudiados tenía 50 años al momento de morir, en lo que fue la primera vez que se verificó la edad sin ambigüedades en un individuo de esa especie.

Meekan subraya que estudios anteriores han sugerido que los tiburones ballena pueden vivir unos 100 años, antes de recalcar: "Sin embargo, aunque nuestra comprensión de los movimientos, el comportamiento, la conectividad y la distribución de los tiburones ballena han mejorado crucialmente en los últimos 10 años, los rasgos básicos de la historia de vida, como la edad, la longevidad y la mortalidad, siguen siendo en gran parte desconocidos”.

“Nuestro estudio muestra que los tiburones adultos pueden alcanzar una gran edad y que la larga vida útil probablemente sea una característica de la especie. Ahora tenemos otra pieza del rompecabezas", concluye.