Jóvenes se ponen en la piel de personas con discapacidad visual

MADRID
SERVIMEDIA

Mientras el antifaz cuelga de sus manos, sus caras reflejan el desconcierto que les provoca imaginar las situaciones que están a punto de vivir. Ellos son Ricardo Ibarra y Aída Leal, presidente y vicepresidenta del Consejo de la Juventud de España, que han aceptado la petición de Juventudes de Unidad Progresista de la ONCE (JUP) para celebrar el Día de la Discapacidad poniéndose en la piel de un discapacitado visual. Ricardo y Aída van a llevar a cabo acciones que para muchos son habituales, pero que para ellos serán toda una aventura.

Gran parte de la estancia está ocupada por Ricardo Ibarra, Aída Leal y tres miembros de la Secretaría General de JUP. Pegado a la puerta hay un póster que refleja la actitud que desprenden Aída y Ricardo, pues invita a la participación juvenil.

Sobre la mesa un ordenador portátil, un teléfono móvil y una grabadora. La sala está perfectamente iluminada para Ricardo y para Aída, hasta que deciden ponerse una antifaz.

Ricardo asegura que se siente "un poco indefenso, porque no controlo la situación, ni todo lo que tengo alrededor, con lo que la sensación es diferente y bastante extraña".

Por su parte, Aída asegura que lo que le "ha chocado ha sido oír las voces, porque no las hubiera situado, con lo que me siento algo desorientada".

Ambos miran a sus interlocutores sin verles y automáticamente sus manos se desplazan sobre la mesa, palpando lo que tienen a su alrededor, para cerciorarse de que todo sigue en el mismo sitio que segundos antes. La espera dura lo que tardan en ponerse en pie. Imitan a los miembros de la Secretaría General de JUP que les acompañan por inercia pero se quedan quietos, incapaces de dar un paso sin una mano amiga que les indique el camino.

Ricardo: “Tengo miedo de tropezar con cualquier cosa”.

Los miembros de la secretaría general les explican en qué consiste la técnica guía, mediante la cuál han de cogerse al codo o al hombro de la persona que les lleva, situándose un poco por detrás. De este modo abandonan la estancia y avanzan por una oficina entre mesas ocupadas por administrativos que hacen una pequeña pausa en su quehacer diario y miran con sonrisas cómplices.

Con la duda pintada en su rostro pero sin dejar de caminar, Ricardo matiza: “Más o menos sé cómo es la zona por la que andamos porque es la sede del Consejo de la Juventud, pero tengo miedo de tropezar con cualquier cosa”.

Tras salir, se dirigen hacia las escaleras que bajarán acompañados por nosotros, pero que posteriormente habrán de subir cogidos de la barandilla, sin guía que les indique.

Ricardo: El problema es cuando no hay escalones, porque hay que girar y volver a bajar. Voy mucho más lento y mucho más inseguro. Es una sensación absolutamente nueva para mí.

Aída: Si me llevan comienzo a encontrarme segura, aunque lo hago todo mucho más despacio. Me apoyo mucho en la referencia de la barandilla, toco sus esquinas para saber cuándo hay que girar. Al subir sola, la desorientación y la desconfianza son claves, pues al no ver no confío en mí misma por si tropiezo o me caigo.

Cuando vuelven arriba, Ricardo va más allá, imaginando un hipotético recorrido por el exterior.

Ricardo: Tendría miedo de todo lo que está por encima del suelo, porque si anduviéramos por la calle, no me daría cuenta de los obstáculos altos como una señal, un cartel de publicidad o un toldo. Cuando ves, no te das cuenta de estas cosas y de lo que suponen para una persona con discapacidad visual.

Vuelven de nuevo al interior del Consejo y se acercan al cuarto de baño. Su siguiente misión es entrar en él, tocarlo para saber cómo es, lavarse las manos y volver a salir.

En el baño ambos se mueven con mucha cautela. Tratan de distinguir los objetos que lo componen, así como los contornos de la estancia. Cuando encuentran el lavabo, no tienen demasiados problemas para lavarse las manos. Al terminar, buscan a tientas el papel para secarse, pero por el camino dejan un rastro de gotas de agua…

Siguiendo las indicaciones que reciben, buscan la papelera con el pie y se disponen a salir de la estancia. Ricardo toca una de las paredes y en un descuido, a punto está de meter los dedos en un enchufe. Al entrar, la puerta quedó entreabierta pero la suerte, en ocasiones compañera para bien o para mal, evita que Aída choque frontalmente con ella.

Ricardo: ¿Esto es el espejo? ¡Madre mía! Lo estoy poniendo todo perdido de agua.

Aída: Siento que he ido en línea recta pero el volver por donde he venido, no me supone una garantía de que no me vaya a ocurrir nada. Además, imagino que ahora todo va bien porque voy muy despacio, pero cuando uno se familiariza un poco más, agiliza los movimientos y una puerta dejada a medio abrir puede suponer un buen golpe despué

JUP: ¿Creéis que podríais dibujar la habitación?

Aída: Con esta prueba he descubierto que pese a haber entrado en ocasiones viendo en la estancia, no me había dado cuenta de la existencia de un espejo por no haberle prestado atención. Además, la papelera la he dibujado redonda y es cuadrada.

Ricardo: Lo de señoras y caballeros, que no está marcado en relieve en las puertas, No hay ninguna forma de saberlo si eres ciego. Yo hubiera entrado en el de señoras, que era el que estaba abierto.

Tras la pregunta, que no espera respuesta sino que es otro de los retos que han de afrontar, se quitan los antifaces y comienzan la tarea. Antes de dibujar, Aída nos explica que por un momento se siente desubicada, pues cuando no veía, creía que estaba en otro lugar.

En sus dibujos, las dimensiones de la estancia y los objetos que la componen difieren en parte de la realidad. En el caso de Ricardo, aparece un lavabo que no existe, las paredes son diferentes y no plasma un botiquín. Por su parte, Aída magnifica tanto el tamaño del espejo como el del baño en general.

Ricardo: El problema es que al tacto, me cuesta saber dónde me falta por pelar. Además, toco mucho el cuchillo porque me da miedo cortarme”.

Vuelven a la sala en la que comenzaron el recorrido, y pese a llevar de nuevo el antifaz puesto, Ricardo le ha dado al interruptor de la luz por costumbre. En ese momento aprovechan para mostrarles un sistema que se vende en las tiendas de la ONCE, que permite mediante una señal acústica, que los ciegos sepan si la luz de la habitación en la que se encuentran está encendida o apagada.

JUP: ¿Qué sensaciones habéis percibido desde que lleváis el antifaz puesto?

Ricardo: Desde que llevo el antifaz puesto me doy cuenta de aspectos que antes no apreciaba: Detalles en las puertas como el material del que están hechas, los tiradores, los marcos, por saber si sobresale algo con lo que pueda tropezar. En el baño me he fijado en el mecanismo para ponerme el jabón en las manos o para sacar el papel y secarme.

Aída: Yo concebía la sede del Consejo como un lugar bastante silencioso. En cambio, con el antifaz puesto he empezado a fijarme en los sonidos de mi alrededor, y oía las conversaciones que tenían los trabajadores, el teclear en los ordenadores, etc. Cosas a las que antes no habría dado ninguna importancia.

Con cuidado, le dan a Ricardo un cuchillo y una manzana para que mediante el tacto proceda a pelar la fruta. Pese a ello, y sabiendo que no va a exonerarle de nada, nos pone en antecedentes de que incluso viendo, esta no es precisamente una de sus especialidades.

Ricardo: El problema es que al tacto, me cuesta saber dónde me falta por pelar. Además, toco mucho el cuchillo porque me da miedo cortarme, para asegurarme de dónde tiene la sierra. Además, hay otras cosas de las que no te das cuenta, como por ejemplo que un ciego tiene que lavarse mucho más las manos que un vidente, porque las utiliza mucho más que alguien que no necesita tocar para ver. Yo ahora, tal y como está me la comería

Se quita de nuevo el antifaz y entonces él también se hace eco de las risas disimuladas que escuchaba.

Ricardo: Menudo pringue… ¡Casi hago puré de manzana! Es que he pelado la fruta demasiado, y me hubiera comido mucha menos de la que hay. Además, lo he manchado todo porque no he dejado los trozos en el papel. Son esas cosas tan básicas que uno no da por sentado hasta que no las vive.

JUP: ¿Qué os ha parecido la experiencia?

Ricardo: Ahora tengo una percepción mayor de todas las dificultades con las que una persona con discapacidad visual se puede encontrar, y eso que sólo he hecho algunos ejercicios. Seguro que en la vida diaria aparecen muchas más complicaciones que un vidente no aprecia y que da por sentado que son algo normal.

Son pequeñas cosas que se van sumando y que hacen un mundo. Son situaciones que los que vemos podríamos solucionar con pequeños gestos en el día a día.

Desde el Consejo de la Juventud vamos a tomarnos los temas que atañen a la discapacidad en general mucho más en serio para mejorar la accesibilidad en todo lo posible porque pienso que es importante que la gente empiece a concienciarse de que vive en un mundo en el que hay personas que tienen más problemas y que realmente no cuesta nada tenerlos en cuenta. La experiencia ha sido muy constructiva.

Aída: En muchas ocasiones actuamos llevados por el desconocimiento y por la falta de empatía con aquellos que tenemos a nuestro alrededor. No es que la gente sea desconsiderada sino que falta pedagogía suficiente en este sentido. Te das cuenta realmente cuando lo vives o cuando compartes espacios con personas con una discapacidad concreta.

Es fundamental la transversalidad y la sensibilidad de cara a estas situaciones. Tenemos que hacer ejercicios de pedagogía con los jóvenes, que es con quienes trabajamos.

(SERVIMEDIA)
02 Dic 2010
r/gja