(REPORTAJE) Hacia un mundo sin armas químicas

MADRID
SERVIMEDIA

Más de 58.000 toneladas de arsenal químico destruido y 5.000 inspecciones en 86 países. Ése es el balance del trabajo desarrollado hasta la fecha por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), creada en 1997 con una misión: desarmar químicamente al mundo. Sus esfuerzos, que habitualmente pasan desapercibidos, han sido reconocidos este año con el Premio Nobel de la Paz. Su reto más inmediato: desmantelar definitivamente el arsenal del régimen de Bachar el Asad y conseguir la paz para Siria.

La OPAQ, organización con sede en La Haya (Holanda), nació en 1997 para garantizar el cumplimiento de la Convención sobre Armas Químicas, un tratado de no proliferación y de desarme firmado en el año 1993. Este texto compromete a sus estados miembro a no desarrollar, producir, almacenar o emplear armas químicas, e impone la destrucción de estos arsenales y de sus instalaciones de producción.

Este año, la OPAQ ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz, imponiéndose a los otros 258 aspirantes que concurrían con ella en 2013. Entre ellos figuraba la joven paquistaní Malala Yousafzai, tiroteada por los talibán hace más de un año por su defensa de la educación infantil y clara favorita para recibir el galardón en esta convocatoria.

La labor de la OPAQ consiste, fundamentalmente, en comprobar que se destruyen todas las armas químicas existentes y en vigilar que ningún país vuelva a producirlas, por lo que inspecciona todas las industrias susceptibles de fabricarlas y controla la importación y exportación de agresivos químicos y precursores, muchos de los cuales son utilizados por la industria civil. Pero la OPAQ también ofrece asistencia y protección a sus estados miembro si son víctimas de amenazas o ataques con armas químicas, y promueve la cooperación internacional para el desarrollo de la química con fines pacíficos.

El pasado 14 de octubre, tras intensas negociaciones, Siria se convirtió en el signatario 190 de la Convención y se comprometió a acabar con todo su arsenal para mediados de 2014. Dos semanas después, el 31 de octubre, la agencia Reuters aseguraba haber accedido a un documento en el que la OPAQ certificaba la inutilización de toda la infraestructura de producción de armas químicas del país.

España, que no posee este tipo de armamento, firmó el documento el 13 de enero de 1993 y ratificó su adhesión el 3 de agosto del año siguiente. Su entrada en vigor tuvo que esperar un poco, hasta el 29 de abril del año 1997. La encargada de velar por el cumplimiento de la Convención en nuestro país es la Autoridad Nacional para la Prohibición de las Armas Químicas (Anpaq), un órgano colegiado integrado por nueve departamentos ministeriales.

¿QUÉ ES UN ARMA QUÍMICA?

Pero, ¿qué es un arma química, exactamente? Según ha explicado a Servimedia Nieves Gómez Sainz de Aja, secretaria general de la Autoridad Nacional española, la definición que establece la propia Convención incluye las sustancias químicas tóxicas, sus precursores, las municiones o dispositivos necesarios para su diseminación y cualquier aparato o equipo usado en su fabricación. Sin embargo, “cuando de forma general se habla de ellas”, aclara esta experta, “es para referirse a las sustancias químicas tóxicas y sus precursores”. El tabún, el somán, el sarín, el VX, la iperita o los gases mostaza son algunos de ellos.

Según la comandante Rosario Quesada, licenciada en Química perteneciente al cuerpo de ingenieros politécnicos del Ejército de Tierra, estas armas de destrucción masiva se clasifican en cinco tipos: neurotóxicas (aquellas que inhiben o alteran gravemente las funciones del sistema nervioso), neumotóxicas (las que generan problemas en los pulmones y vías respiratorias), hemotóxicas (que dañan el proceso de formación de células sanguíneas), vesicantes (las que producen ampollas en la piel) e incapacitantes.

El grado de letalidad de estas armas depende de su concentración, pero “las que ahora mismo provocan un mayor efecto con una menor cantidad son los neurotóxicos”. Por ello, la comandante Quesada considera que estas sustancias son las más peligrosas.

Aunque la Primera Guerra Mundial abrió la veda al uso de armas químicas “modernas” (el primer uso masivo fue perpetrado en 1915, cuando Alemania lanzó gas de cloro contra los franceses en la localidad belga de Ypres), las armas tóxicas se llevan utilizando desde siempre. Los primeros registros históricos se remontan a la Guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y Esparta entre los años 431 y 404 antes de Cristo, cuando se utilizó una mezcla incendiaria que combinaba azufre, petróleo y resina.

70.000 TONELADAS DE AGRESIVOS

Dos estados, Israel y Myanmar, han firmado la Convención pero no la han ratificado, y solo cuatro (Angola, Egipto, Sudán del Sur y Corea del Norte) no la han firmado ni se han adherido a ella. De los estados miembro que declararon poseer armamento químico, Albania finalizó la destrucción de sus arsenales en 2007; Corea del Sur, en 2008, e India en 2009. Estados Unidos, Rusia, Iraq y Libia aún tienen que hacer los deberes.

Los arsenales declarados por los estados miembro en la firma del tratado superaban las 70.000 toneladas de agresivos, contenidas en más de ocho millones de artilugios, como obuses o carcasas. “Debería estar todo ya destruido”, según informa Gómez Sainz de Aja, pero “los procesos de destrucción son lentos y cuantiosos”, porque la eliminación “se debe hacer respetando el medio ambiente y con toda seguridad para las personas y el entorno”. Con todo, la OPAQ había verificado la destrucción de 58.172 toneladas de agentes químicos de guerra hasta el 30 de septiembre de este año, alrededor del 80 por ciento del total.

“Las cantidades mayores que quedan por destruir están en Rusia, unas 12.000 toneladas. En Estados Unidos y en Libia quedan algo menos de 3.000, y a estas cifras hay que añadir las 1.000 toneladas que parece ser que posee Siria y las que pueda haber en los países que no son parte del tratado”, prosigue la secretaria general.

UNA DESTRUCCIÓN “TOTAL”

La eliminación de estos arsenales, según Gómez Sainz de Aja, “debe ser total y sin posibilidad de recuperación”. Para ello, cada parte de estas armas se somete a un proceso especial. Así, por ejemplo, los detonadores se explosionan e incineran en un horno blindado, mientras que los elementos metálicos (que se pueden reutilizar) se lavan con agua presurizada y se calientan a altas temperaturas para eliminar cualquier posible contaminación.

Para tratar los agentes químicos se pueden emplear distintos métodos, aunque los más comunes son la incineración en hornos que alcanzan los 1.500 grados centígrados y la neutralización, proceso en el que el agente químico se mezcla con agua caliente y una solución cáustica (como sosa o lejía). El resultado, un agente menos tóxico, se combina con microbios para descomponerlo en elementos más fácilmente tratables.

(SERVIMEDIA)
16 Nov 2013
LLM/gja