Refugiados

Las ONG recuerdan, ante el Día Mundial de los Refugiados, que más de 120 millones de personas están desplazadas "forzosamente"

MADRID
SERVIMEDIA

Cada 20 de junio se celebra el Día Mundial de los Refugiados, para resaltar los derechos y las necesidades de las personas forzadas a huir: personas desplazadas internas, solicitantes de asilo y refugiadas. A menudo son las más ignoradas y olvidadas, y también las más propensas a sufrir inseguridad alimentaria y hambre. Según Acnur, a mediados de 2024 alrededor de 123,2 millones de personas estaban desplazadas forzosamente en el mundo.

Los conflictos armados, la violencia, los desastres naturales y la inestabilidad política provocan que millones de personas en el mundo tengan que abandonar sus hogares para sobrevivir. El cambio climático juega un papel clave en el desplazamiento de personas. El tema del Día Mundial del Refugiado 2025 es 'Solidaridad con las personas refugiadas'.

Las personas desplazadas a la fuerza son personas de todas las edades, religiones y orígenes; son madres, padres, hijas, hijos, estudiantes, agricultores, ganaderos, artistas, médicos o profesores. El Comité de Emergencia Español, integrado por Aldeas Infantiles SOS, Educo, Médicos del Mundo, Oxfam Intermón, Plan International y World Vision, quiere poner nombre a algunas de las millones de historias de personas que han tenido que huir.

En el caso de Aldeas Infantiles SOS, Karam (nombre ficticio) ha sobrevivido a desplazamientos internos continuados desde su nacimiento, en abril de 2024. A su madre la hirieron y murió durante el parto, así que apenas había cumplido un día de vida cuando un equipo de rescate lo llevó a la Aldea Infantil SOS de Rafah, en la Franja de Gaza. Como ningún miembro de su familia estaba vivo, las autoridades locales decidieron que Aldeas Infantiles SOS cuidase de él.

Karam es uno de los 46 niños y niñas que viven en el campamento de Aldeas Infantiles SOS en Al Mawasi, cerca de Khan Younis, al sur de la Franja. Todos ellos son víctimas de los desplazamientos internos causados por la guerra en Gaza, como otros 1,9 millones de personas, el 90% del total de la población. Desde octubre de 2023, al menos 17.000 niños y niñas han muerto y más de 26.000 han resultado heridos. Además, 39.384 han perdido a uno o ambos progenitores.

Educo explica que Momtazul tenía 10 años cuando llegó al campo de refugiados de Cox’s Bazar, en Bangladesh. Él y su familia forman parte de la etnia minoritaria musulmana de los rohingya y tuvieron que salir huyendo de Myanmar cuando los militares atacaron su aldea. “Cuando llegaron, torturaron a los hombres más jóvenes y a los adultos y después los mataron. Una noche, a la hora de la cena, los militares vinieron a casa y nos atacaron. Mi familia y yo lo dejamos todo y empezamos a correr y correr”. Tras siete días, consiguieron llegar a la frontera. “Después tuvimos que esperar cuatro meses hasta que pudimos entrar a Cox’s Bazar, donde nos dieron comida y refugio”.

Momtazul forma parte de los proyectos que Educo lleva a cabo en el campo de refugiados. Además de cubrir las necesidades más básicas, la organización desarrolla programas de educación para los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que viven allí. “El derecho a la educación es el primero que pierde la infancia refugiada o que vive una situación de emergencia y el último que recupera. Esto tiene un impacto enorme. Dejan la escuela porque tienen que huir para salvar sus vidas pero muchos y muchas no vuelven a estudiar nunca más, lo que supone aumentar el riesgo de ser víctimas de violencias como el trabajo infantil o los matrimonios forzosos”, explica Paula San Pedro de Urquiza, coordinadora de Incidencia Política de Educo.

Oxfam Intermón recuerda que Asha vivía en Jartum, la capital de Sudán, como cualquier otra niña de su edad: le encantaba ir a la escuela, jugar con sus hermanos y sus primos, ver dibujos animados en la televisión y charlar con sus amigas por teléfono. Pero un día estalló la guerra en su ciudad y su vida cambió para siempre. Ya no había comida, ni electricidad, ni agua y todas las escuelas tuvieron que cerrar.

Para Asha, la ciudad donde había sido siempre feliz, se convirtió de repente en una pesadilla. Tras dos meses de violencia y temiendo todos los días por sus vidas, su familia tomó la difícil decisión de abandonar la ciudad donde siempre habían vivido. Dejaron atrás todo lo que tenían y huyeron solo con una pequeña muda de ropa hacia Renk, un centro de acogida en el vecino país de Sudán del Sur. "Huir de casa fue horrible, pero no podíamos hacer otra cosa", contó Asha.

Plan International señala que Florence tenía solo seis años cuando huyó de la República Democrática del Congo junto a su madre, tras la desaparición de su padre en medio del conflicto. Encontraron refugio en el campo de personas refugiadas de Dzaleka, en Malawi. Allí, aunque Florence creció enfrentando barreras como el hacinamiento, la discriminación y la falta de oportunidades educativas, recobraron el sentido de la seguridad: “Aquí nos sentíamos a salvo”, recuerda. “Nadie iba a entrar en casa a matar a tu familia por la noche. Estábamos unidos”.

Ahora, con 18 años, Florence se ha convertido en una firme defensora de los derechos de la infancia, especialmente de las niñas refugiadas, a través del Parlamento Infantil de Dzaleka, una iniciativa impulsada por Plan International y ACNUR para amplificar las voces jóvenes dentro del campo. “Las niñas deberían poder disfrutar del mundo desde pequeñas”, afirma Florence. “Una refugiada educada puede valerse por sí misma y ayudar a su comunidad a crecer”.

World Vision relata que hace años Um Ahmad llevaba una vida tranquila en la zona rural de Alepo (Siria). Sus sueños se centraban en la educación y la seguridad de sus hijos. Pero cuando el conflicto destrozó su pueblo, esos sueños se convirtieron en una lucha diaria por la supervivencia. “Nunca pensé que sería yo quien necesitaría ayuda”, dice. “Pero eso es lo que nos ha hecho este conflicto. Nos hemos convertido en personas que solo intentan sobrevivir”. Tras huir de su hogar, ahora destruido y rodeado de minas terrestres, Um Ahmad ha soportado más de una década de desplazamiento. Ha pasado de un campamento a otro, buscando no comodidad, sino dignidad humana básica: comida, seguridad y esperanza.

En el noroeste de Siria, donde la pobreza y la inseguridad alimentaria han alcanzado niveles alarmantes, la historia de Um Ahmad es un reflejo de la de millones de personas. Más de 12,9 millones de sirios sufren inseguridad alimentaria. Más de 3 millones se enfrentan a una hambruna aguda y, solo en el noroeste, el 91 % vive en la pobreza. No son solo cifras, son vidas humanas, familias destrozadas, niños y niñas que crecen sin hogar.

“Por eso es tan importante el apoyo. A través de un proyecto de medios de vida y nutrición financiado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), World Vision ha proporcionado a familias como la de Um Ahmad ayuda vital. “No son solo cajas de comida”, dice. “Son mensajes de que alguien todavía se preocupa. De que no nos han olvidado. De que alguien nos ve”

(SERVIMEDIA)
17 Jun 2025
s/gja

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