Investigación
Una terapia visual pionera mejora la percepción y coordinación en niños con trastornos neurológicos

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En un aula del colegio Celia y Pepe, en Madrid, una pelota, una lámina con letras o un simple juego de equilibrio son mucho más que herramientas de aprendizaje: son ejercicios para entrenar el cerebro. Allí, un grupo de niños con alteraciones neurológicas —desde autismo o TDAH hasta síndromes poco frecuentes como Landau-Kleffner o Coffin-Siris— ha participado en un programa pionero de terapia visual. Y los resultados invitan a mirar el futuro con optimismo: ver mejor puede ayudarles a aprender mejor.
El proyecto, desarrollado por la Fundación Querer junto con especialistas de la Universidad de Alicante y el centro Salud Visión, ha evaluado el impacto de la terapia visual en diez alumnos de entre cinco y dieciséis años con trastornos del neurodesarrollo o enfermedades neurológicas. Durante seis meses, estos niños realizaron una sesión semanal de 45 minutos con una optometrista especializada, además de pequeños ejercicios diarios integrados en las clases y apoyados por el equipo docente, psicólogos y terapeutas ocupacionales. Todo dentro de una estrategia multidisciplinar que combina ciencia, paciencia y humanidad.
Aunque solemos pensar en la vista como una cuestión de gafas y dioptrías, la investigación demuestra que ver bien es mucho más que enfocar. Se trata de coordinar ambos ojos, moverlos con precisión, mantener la atención visual y procesar correctamente lo que se percibe. En muchos niños con trastornos del neurodesarrollo, esas habilidades están alteradas: les cuesta seguir una línea de texto, calcular distancias o copiar de la pizarra. La terapia visual busca fortalecer esas funciones mediante juegos y ejercicios que parecen simples, pero activan circuitos cerebrales complejos.
Tras medio año de entrenamiento, el estudio observó mejoras significativas en aspectos clave. La mayoría de los niños aumentó su precisión en los movimientos oculares —los llamados sacádicos y seguimientos—, mejoró la amplitud de acomodación (la capacidad de enfocar de cerca) y mostró un avance claro en la coordinación entre ambos ojos, especialmente en la vergencia fusional positiva. También se detectaron progresos en la percepción visual, en particular en la discriminación, la memoria y las relaciones espaciales. Dicho de otro modo: estos niños no solo veían mejor, sino que interpretaban mejor lo que veían.
El hallazgo más interesante no está solo en los datos, sino en la filosofía que encierra: la visión también se entrena. Y cuando se hace en el marco de un equipo multidisciplinar —donde cada especialista aporta su mirada— los resultados no se quedan en los ojos, sino que alcanzan la vida cotidiana del niño. Porque leer, escribir o jugar requieren una coordinación entre vista, mente y cuerpo que puede mejorarse con práctica dirigida.
Este estudio, publicado en 'Gaceta Óptica', es una evaluación preliminar, pero abre camino a una idea poderosa: incluir al óptico-optometrista en los equipos que trabajan con niños con trastornos neurológicos. No se trata de una terapia milagrosa ni de sustituir tratamientos médicos o psicológicos, sino de sumar una pieza más al puzle del desarrollo. Al reducir las dificultades visuales, se aligera parte del peso que estos niños cargan en su mochila diaria.
Los autores reconocen las limitaciones del trabajo —una muestra pequeña, falta de grupo control y algunas mediciones subjetivas—, pero el valor está en el paso dado. Han demostrado que un programa de terapia visual puede aplicarse en contextos educativos reales y generar beneficios medibles. Y, sobre todo, que mirar bien también puede ser una forma de aprender mejor.
(SERVIMEDIA)
07 Oct 2025
GJA